Una decisión cualquiera, por pequeña que sea, por involuntaria que
pueda parecer en ese momento, puede cambiar toda tu vida en apenas
segundos.
Eso es lo que le pasó a Manel Saltor cuando, por inesperadas circunstancias,
acabó perdiendo el barco que posteriormente se hundiría en
aguas africanas con muy pocos supervivientes. A raíz de aquel traumático
suceso, acabó realizando un largo retiro a un templo en Tailandia
donde estudió filosofía y psicología budista para profundizar en sus enseñanzas
y en la meditación.
A través del análisis de esta y de muchas otras vivencias, Mente abierta,
vida plena presenta una reflexión sobre la realidad de nuestra existencia
mediante las experiencias que Manel ha ido recopilando durante los últimos
veinticinco años y que le han proporcionado una nueva forma de
ver la vida y hacerla más plena.
El libro está editado por Plataforma Editorial, en la colección Plataforma Testimonio. Ya disponible en las principales librerías.
Fragmentos del Libro
Introducción
Hay momentos en la vida en los que miras atrás intentando adivinar cómo se han ido produciendo los hechos que, de alguna manera, han confluido en el punto justo en el que estás ahora y, por más que trates de explicar las cosas que te han sucedido de una manera lógica y racional, siempre llegas a un momento en el que esas cosas se diluyen en el espacio y en el tiempo. O mejor llamarlo espacio-tiempo. Entonces, te das cuenta de que te encuentras perdido en una especie de afán por lograr esclarecer el cuándo y el porqué del devenir de tu existencia. Y tal vez nunca podamos ni siquiera adivinar cómo empezó todo porque, quizá, nunca tuvo un comienzo. Desde el momento en que el primer organismo fue engendrado, en esa unión espontánea de átomos distantes y diferentes, la vida en la Tierra, quiero señalar en el universo, se ha ido manifestando a través de una evolución misteriosa, que ha seguido el cauce de la transformación y el movimiento hasta cohesiones más complejas. Desde el organismo unicelular, formas de vida más arcaicas han seguido el camino de la evolución hasta organismos pluricelulares como el nuestro, el del ser humano.
Porque todo está en constante movimiento, y por más que queramos detener los momentos y apropiarnos de ellos para convertirlos en realidades intrínsecas, todo pertenece a ese ciclo en movimiento. De la misma manera que no pode- mos separar las montañas de los valles que las sustentan, no podemos aislar a nuestra especie de la marcha del universo, porque somos universo. Y porque lo que conocemos, esa realidad tan subjetiva a la que estamos sujetos, no define la última y verdadera realidad, la que incluye todo lo conocido y lo que aún está por conocer. Y en esa visión tan parcial y aparente formulamos nuestras historias y vivimos nuestros encuentros, en los que aparecemos como una pequeña identidad solidificada en un cuerpo que, muchas veces, nos parece muy extraño.
La existencia de vida en el universo se ha ido determinan- do a través de infinidad de sucesos. Cada uno de ellos ha sido el antecesor del momento justo posterior y predecesor del momento anterior. Y así ha ocurrido sucesivamente desde que el universo es universo, aunque no sepamos ciertamente cuál es su origen. Y todos ellos han estado en contacto con otros sucesos que, aparentemente, no guardaban relación alguna. Instantes que confluyen con otros instantes, en una sucesión continua e infinita. Esta puede ser, también quizá, la única huella que podamos encontrar de nuestro paso por la vida, y aunque no siempre debamos hallar una razón para todos los sucesos, sí que podemos entrever su causa inmediata. Esto lo convierte automáticamente en razón, llenando de sentido el transcurso del universo.
A lo largo de estos últimos cincuenta años, los que puedo contar desde mi nacimiento, la experiencia que ha ido for- mando lo que soy ahora pertenece a esta transformación y este movimiento y a esa conexión de sucesos. Han sido miles de causas vividas y en todas ellas el sello de la impermanencia ha sido impreso. Todo, desde sus causas y sus efectos, sus historias, sensaciones físicas, pensamientos y emociones, hasta sus respuestas conscientes, o no, se han originado para después desvanecerse en la inmensidad del caldo de la existencia. Nada vino para quedarse, solo la sensación de que algo te atrapa, puedes llamarlo experiencia, vivencia o sentimiento, es la que se imprime en el legado que constituye lo que so- mos ahora y en cómo viviremos los próximos instantes. Es algo que se queda, como un impacto que recibes de cada experiencia. Y lo que te atrapa no es la experiencia en sí, sino la relación que de ella te ha quedado.
Y en las historias que voy a contarte hay mucho de eso. En ellas hay piratas y princesas, naufragios y asaltos, unión y aislamiento, romances y asesinatos, olas surfeadas y otras engullidas, vida y muerte, encuentros, algunos iluminados, otros no tanto. Y como en todo lo que nos sucede, hay infinidad de instantes que coinciden causalmente y que se manifiestan en un lugar y en un momento determinado. Y en esa colisión, en la que la razón se diluye en el océano de lo incomprensible, se esconde la verdadera esencia de nuestra existencia.
En ellas hay algo de realidad que se manifiesta en un instante, y si bien es verdad que los hechos contados forman parte de la experiencia vivida –no hay nada de ficticio en ellos, me es imposible separarlos del cómo fueron vividos, de cómo fueron experimentados, y eso, en cierto modo, los aleja de la realidad compleja, donde nada es condicionado.
La intención de este libro no es solo el puro ejercicio del relato de sucesos, sino el poder observarlos desde otras perspectivas que aporten más apertura y comprensión para así poder entender qué es la realidad y por qué nos aflige tanto. Porque la realidad no está allí fuera, se construye dentro. Al final, si lo que queda es una sensación de haber liberado de sufrimiento eso que llamamos nuestra vida, de captar que podemos, y casi debemos, hacer de nuestra vida un lugar de compasión y amor, podré sentir que todo lo que ha acontecido en este organismo que ahora llamo Manel está íntima- mente conectado contigo y con todo lo que, de algún modo, a ti está conectado. El universo ha propiciado nuestro encuentro, y a este acto tan sagrado le debo todos los sentidos, la presencia consciente de todos los momentos que forman cada historia y cada reflexión.
Es verdad que hay mucho de mí, pero también hay mu-cho de ti. Y de todos, porque, aunque vivamos la existencia como propia, nuestra, eso no la libera de esta fantástica interconexión que hace que seamos UNO en esta maravillosa aventura, la que supone el mero hecho de existir como ser humano. Y de eso es de lo que trata, de maravillarnos y sorprendernos desde nuestra propia condición, y aunque a veces parezca tan mezquina y falta de sentido, pertenece a algo tan grande que, a lo mejor, no debemos comprenderlo, puede que solo debamos amarlo.
Y aquí están estas realidades desnudas que, a decir verdad, podrían pertenecer a cualquiera. En ellas hay el mismo temor, alegría, tristeza, rabia, compasión, soledad, vergüenza, generosidad, incomprensión y amor como el que se manifiesta en todos y cada uno de nosotros. En este sentido, no hay nada de especial en ellas, aunque a veces puedan sonar épicas y otras veces tan mundanas, no son sino distintas formas de realidad.
Eso sí, están contadas desde el más profundo amor que pueda experimentar y con él te dejo.
Con todo el amor,
Manel
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